Transcurría el día 21 de
marzo de 1839 cuando en la ciudad de Karevo, en la norteña región rusa de
Pskov, nacía el compositor Mussorgski al que bautizaron con el nombre de
Modest. Fue uno de los cinco maestros rusos que acometieron la tarea de crear
una música nacional durante la última mitad del siglo XIX, reaccionando contra
la tradición europea encabezada por Tchaikovsky. Los otros cuatro grandes
fueron Rimski-Korsakov, Cui, Balakirev y Borodin.
A Mussorgski se le
recuerda sobre todo, además de por la ópera titulada “Boris Godunov”, por la
excepcional obra “Cuadros de una Exposición”, una suite en 15 actos compuesta
en 1874. Fue escrita, en principio, para piano inspirándose en una exhibición póstuma
de 10 pinturas de Víktor Hartmann (1834-1873), artista y arquitecto, que murió
con la temprana edad de 39 años. Como gran homenaje a un amigo, el autor quiso dibujar con música alguno de los cuadros
de la muestra. No obstante, “Cuadros de una Exposición” es más conocida en la
versión orquestada que acabó el francés Maurice Ravel (1875-1937). Está
considerada como una obra maestra romántica a la que se conoce como música de programa o programática.
Pero Mussorgski nunca
llegaría a alcanzar su calidad máxima como compositor, ya que en momentos
difíciles se refugió en el alcohol. Así, tras ser rechazado por su amante en
1858 y tras la muerte de su madre en 1865, se emborrachó hasta llegar al coma
etílico. Su alcoholismo crónico le condujo a varios colapsos físicos que
hicieron declinar su carrera musical hasta el extremo de ser incapaz de
mantener una actividad constante cerca de 1880. Un compañero suyo escribía que
“los amigos solíamos rescatarlo de algún lugar poco recomendable, con la ropa destrozada,
el cabello sucio y revuelto y la cara amoratada por el alcohol”.
Modest Mussorgski murió a
los 42 años, y su fallecimiento se atribuyó a una epilepsia alcohólica. Pocos días antes del deceso, el 28 de marzo
de 1881, el pintor Ilyá Repin le realizó un retrato en el que aparece aviejado
y deshecho por el alcohol, con una nariz colorada como buen borrachín, con los
cabellos en desorden y en bata de enfermo. Pese a todo, mantenía algo de
dignidad con su mirada sumamente expresiva y dulce.
Si hubiera hecho caso al
árbitro, uno de los chascarrillos menos divertidos de mi trayectoria como
entrenador de baloncesto, habría podido terminar con un achaque similar a los
que sufría Mussorgski por su afición a la ingesta de grandes cantidades de mol
o de vodka.
Hace tanto tiempo, que poco
recuerdo de aquel encuentro que pudo disputarse en torno a 1985, salvo lo
fundamental. Se jugaba en la vieja pista del Club Natación, junto al frontón,
que todavía no estaba cerrada con las cristaleras actuales. Así que como pleno invierno
que era, desde el Arga cercano llegaba una bruma heladora que no hacía fácil la
práctica deportiva. Pero eran otros tiempos y poco nos importaba. No puedo
acordarme del equipo rival y tampoco de la mayoría de los jugadores que
dirigía. No eran los protagonistas. Desgraciadamente, mi perversa mente me hace
tener muy presente al árbitro del partido, que respondía a las iniciales de
PBP, alguien que señala que se le recuerde “como
una persona (...) con dedicación, ambición y amor” (El baloncesto navarro,
historia de un proyecto compartido). Casi todo el partido discurrió por unos
cauces bastantes normales: él arbitrando a mi entender de forma nefasta y totalmente
perjudicial para mi equipo, y yo protestando una y otra vez sus decisiones. Pese
a todo, el tal PBP no tuvo los arrestos suficientes para castigarme con una
falta técnica. No obstante, cerca del final debió pensar que había llegado su instante
de gloria, ya que en una jugada en la que no me estaba dirigiendo a él sino a
uno de mis jugadores, decidió expulsarme del partido. Además de la mala saña
que demostró tener en aquel momento, también enseñó sus malas formas, su pésima
educación y respeto. En lugar de señalarme la falta descalificante y realizar
el gesto correspondiente o indicarme que “está usted expulsado por su actitud”
o, más coloquialmente “estás expulsado”, se acercó a mi banquillo y a voz en
grito, para que se le escuchara bien, lo mejor que se le ocurrió es enviarme
literalmente “al bar, al bar”.
Pasados tres decenios PBP
ya no arbitra encuentros, ¡más vale! Pero cuidado, corren rumores que tienen
pinta de ser fundados, de que en el 2016 va a comparecer como candidato a
Presidente de la Federación Navarra de Baloncesto. Por si llega a ser elegido,
van unos consejos. Las reuniones de la Junta Directiva se podrían celebrar en
el “Costafría”, un local acogedor y muy cerca de la sede federativa. El lugar
ideal para reunirse con los árbitros sería, lógicamente, “La mafia se sienta a
la mesa”. Y el “Iruña”, clásico y elegante, tendría aforo suficiente para
albergar las Asambleas Generales.
Todos... “al bar, al bar”.