Baloncesto el viernes noche, ¡¡¡qué pesadilla!!!

Thank Gog it’s Friday, gracias a Dios que es viernes y podemos acudir al último partido de la fase regular de nuestro equipo preferido. Además, un partido muy importante ya que se juegan la permanencia.
Así las cosas, Diario de Navarra anunciaba que todo el que fuera vestido de verde accedería gratis y los socios participarían en un sorteo. Pero,  ¿fue un partido de baloncesto o una pesadilla esperpéntica?
El sonido de los redobles se convierte en un lenguaje expresivo. A la primera campanada de las doce del reloj, un estruendo enorme como de un gran trueno retumba en todo el pueblo con una fuerza aplastante. Todos los tambores redoblan a la vez. Una emoción indefinible que pronto se convierte en una especie de embriaguez, se apodera de los hombres. La hora queda rota.
Luis Buñuel en “Mi último suspiro”.
Nos acercamos al Anaitasuna en coche y lo aparcamos entre lo que parecían dos fragonetas de chachos y, cual futboleros de pro, cargamos pilas tomando unas birras en los garitos de los alrededores. Más tarde comprobamos que hubiera sido muy interesante bebernos unos 15 o 20 más.
Dentro del polideportivo el comité de bienvenida parece ser una chavalería rompiendo la hora como si estuvieran en la propia Calanda que describe Buñuel. Con unos atuendos bastante menos elegantes que la túnica morada con emblema en el pecho y tercerol morado sobre la cabeza que llevan portan los nazarenos calandinos, se empeñaban en aporrear sus bombos como unos posesos obteniendo un ruido imposible de clasificar y, por supuesto, de soportar.
Con gran agudeza decidimos colocarnos a una distancia prudencial de tales músicos para que sus sones nos llegaran lo más atenuados posible. En mala hora se nos ocurrió. Nos ubicamos en un lugar del pabellón por el que desfilaron delante nuestro, impidiéndonos la visión correcta de tan magno acontecimiento, la práctica totalidad de los 1500 espectadores que habían acudido al encuentro.
Justo enfrente estaba el palco de autoridades. Debió ser por lo que se jugaba el equipo de casa, ya que el presidente del club estaba acompañado por don Iñigo Allí, consejero de políticas sociales del Gobierno de Navarra y exjugador, malo, de baloncesto, y por don Prudencio Induráin, director del Instituto Navarro de Deporte y exciclista, también malo.
En el banquillo local se notaban las jerarquías, y es que todavía hay clases. Si bien los tres encargados del grupo iban uniformados con un traje color tabaco, los dos entrenadores se distinguían con una llamativa corbata que no lucía el delegado e hijo del presidente del equipo. Además, la equipación de los jugadores es de un horrendo color verde marica playa sobre el que no se les ha ocurrido otra cosa que serigrafiar sus nombres en color blanco con lo que resulta absolutamente imposible identificarlos desde la grada. Tenemos que lamentar no ser tan forofos y seguidores de la escuadra, por lo que no reconocemos a sus integrantes sin leer como se llaman. Un par de los deportistas, con un pésimo asesor de imagen y sin ninguna vergüenza, daban un toque personal al atuendo. Uno llevaba en los brazos unos manguitos negros similares a los que podían utilizar los trabajadores en oficinas bancarias hace tiempo. El otro cubría sus piernas con unas polainas de idéntico color sobre las que se había colocado, por fuera, unos llamativos calcetines blancos (tal vez lo mejor es que se calzara unas chanclas para definitivamente parecer un turista holandés en lugar de un jugador de baloncesto como es debido).
Participantes aparte, un speaker se desgañitaba alarido va, alarido viene, intentando animar al personal. El pobre no se daba cuenta de que mucho mejor hubiera estado en silencio. Por dos razones, porque no se le entendía nada y porque el oído de los sufridos espectadores habría acabado mucho menos perjudicado.
Cuando todo parecía que estaba totalmente organizado, irrumpieron en los dos fondos unas cheerleaders que, por su mínimo gusto al elegir sus atavíos, más parecían unas empleadas de tanatorio poco pudorosas que unas animadoras. De las 12, 8 se cubrían con una prenda negra mientras que las otras 4 lo hacían de gris. Quedaba demostrado que la crisis también les afectaba, ya que cada una de ellas llevaba un pantalón corto, que, aunque todas coincidían en el tono, casi ninguno era igual al de la compañera. Por su nula gracia, parecía que no se pusieron de acuerdo en la fecha que debían ir a adquirir cada una su modelo en los chinos.
En estas estábamos, más pendientes de lo que nos rodeaba que del horrible partido de baloncesto que estábamos viendo, que sin darnos cuenta llegó el intermedio. Las cosas iban bien: 44 a 27 arriba, se ganaba por 17 puntos. En el periodo de descanso hubo de todo menos el anunciado sorteo para los socios. Las bailonas nos castigaron con una actuación lamentable y si su vestuario era malo, su baile fue peor todavía: contorneos de los más artificiales, desplazamientos torpes, filas que nunca eran rectas… ¡Más vale que en todo el partido solo danzaron en dos ocasiones! La siguiente gracieta consistió en un juego en el que obligaban a dos niños a meter unas canastas disfrazados con la camiseta, pantaloneta y zapatillas de un tío de 2 metros o más con lo que no podían andar, se les caían los pantalones… ¡Todo un poema! Por lo menos al final de tan grácil competición les obsequiaron con un super balón, el más barato que vende Decathlon. A continuación aparecieron en la cancha una manada de niños y niñas, cada uno equipado de distinta forma pese a que parecían ser del mismo club, para montar un partido 5x5 en una canasta y otro 4x4 en la otra (por lo visto 2 de ellos habían pensado que era mejor hacer borota que participar en ese espectáculo). Harto de tanta pantomima y con las cervezas pre partido haciendo mella en la vejiga, marché a ese sitio antes de pudiera reanudarse la contienda. La puerta del WC estaba entreabierta y claramente se podía ver por debajo de la puerta de una de las cabinas, por supuesto cerrada, que allí 4 zapatos que, supongo, corresponderían a dos señoritas. Siempre me he preguntado la razón por la que las mujeres van al baño en pareja, como la guardia civil, pero meterse de dos en dos al lugar donde desbeber o descomer parece una guarrería. Una vez aliviado, al salir  de los urinarios, me abordó un joven con un mono de fumar que no se tenía. ¿Tienes fuego, tienes fuego? Preguntaba como un poseso a cuantos salíamos de tan sana ocupación. Tal vez los nervios del complicadísimo partido de baloncesto que aguantábamos le obligaron a echar un cigarrico, o varios. Supongo que todavía recordaría sus años mozos para, en una situación similar, acudir a esconderse en el excusado para pecar aspirando un humo que no debería verse.
Con unos 3 minutos de antelación al inicio del tercer tiempo volví a mi posición en la grada, y con la esperanza de ver si resultaba premiado en el sorteo exclusivo para socios. Así que con el carnet de socio número 0022 en mano esperé pacientemente la resolución de la lotería.  El azar no me sonrió, pero ni a mí ni a nadie ya que la única rifa que se celebró es la de un jamón para la que había que comprar boletos al entrar, pero de la prometida en prensa para socios, nada de nada. En mi tierna candidez pensé que lo harían al finalizar el encuentro.
La calidad del juego entre dos serios aspirantes al descenso todavía fue peor en los dos últimos cuartos, especialmente en el supuso el final del encuentro. Por ello, se sucedieron unas estampas verdaderamente inolvidables. Tumbados en el suelo unos niños se dedicaban a destrozar la revista 6eis veinticinco que edita y regala la Federación Navarra de Baloncesto. No me extraña nada que la descuajeringuen con ese nombre, ¿no podían titularla 6’25? Enfrente, el presidente del club local estaba tan emocionado por lo que estaba viendo que se sentó en el borde del palco de espaldas al partido. Estaba claro que lo que ofrecían los suyos y los contrarios era como para ponerse de culo.
En estas estábamos cuando al speaker que tanto nos martirizaba no se le ocurrió otra cosa que espolearnos en los tiempos muertos con “El Chocolatero” en uno y con “Volver, volver” en otro. Me imagino que la canción iba dedicada al equipo contrario por que eso de “yo se perder, yo perder” lo hacían muy bien, y con la tortura baloncestística que padecíamos para nada podía identificar al público local asistente con lo de “y volver, volver, volver”.
Otro que sufrió sobremanera es el señor que se ocupaba de filmar el partido para entregar el vídeo a los contendientes al final de la lid. Se le cruzó tanta gente por delante que a los tengan la obligación de verlo (ese partido solo se vuelve a ver por absoluta necesidad) les va a parecer que están tirados ante el televisor de casa con un DVD adquirido en el top manta.
Por fin llegó el final del partido, o de eso. Y casi nos pillan, ya que el marcador se ajustó tanto que al final la victoria solo fue por 8 puntos, 75 a 67, cuando debió ser por más de 30. Y lo curioso es que el público parecía estar entusiasmado, ya que la invasión de campo para felicitar a los jugadores del equipo local fue impresionante. Toda la pista se llenó en un instante de enfervorizados pimpollos y adolescentes que deseaban estar cerca de los suyos. Por cierto, los árbitros (que sin que sirva de precedente lo hicieron bien) se vieron rodeados y no sabían por donde escapar. Tampoco recibieron la ayuda del delegado de campo que estaba desaparecido en combate. 
Y yo todavía creyendo en el anunciado sorteo para los socios.  Por lo visto era cuestión de fe, que consiste en creer lo que no ves. Porque evidentemente no llegamos a verlo. Pero sigo teniendo esperanza (viene que ni pintado lo de la esperanza porque su color es el verde, y tal como pedía la directiva yo fui vestido de verde) y he guardado mi abono para los play-off, esperemos que por el título y no por el descenso, donde seguro que lo promueven. El viernes pasado seguro que el club se encontró con problemas técnicos. No obstante, la situación me ha traumado un poco: y si resulta que no se leer o interpretar la prensa pese a ser alumno del antiguo sistema educativo y no de la ESO.
El último sobresalto de la noche lo padecimos al recoger el coche para volver a casa.  Se encontraba rodeado de los chachos propietarios de las fragonetas, pero por lo visto les habíamos caído bien ya que nos comentaron que nos estaban cuidando el vehículo y, efectivamente, estaba todo lo que habíamos dejado al llegar. ¡Qué grandes!
En fin, una noche para no olvidar, ya que todo lo que se olvida se puede repetir.