Así las cosas, Diario de Navarra anunciaba que todo el que fuera vestido de verde accedería gratis y los socios participarían en un sorteo. Pero, ¿fue un partido de baloncesto o una pesadilla esperpéntica?
El sonido de los redobles se convierte en un lenguaje expresivo. A la primera campanada de las doce del reloj, un estruendo enorme como de un gran trueno retumba en todo el pueblo con una fuerza aplastante. Todos los tambores redoblan a la vez. Una emoción indefinible que pronto se convierte en una especie de embriaguez, se apodera de los hombres. La hora queda rota.
Luis Buñuel en “Mi último suspiro”.
Nos acercamos al Anaitasuna en coche y lo aparcamos
entre lo que parecían dos fragonetas de chachos y, cual futboleros de pro,
cargamos pilas tomando unas birras en los garitos de los alrededores. Más tarde
comprobamos que hubiera sido muy interesante bebernos unos 15 o 20 más.
Dentro del polideportivo el comité de bienvenida
parece ser una chavalería rompiendo la hora como si estuvieran en la propia
Calanda que describe Buñuel. Con unos atuendos bastante menos elegantes que la túnica morada con emblema en
el pecho y tercerol morado sobre la cabeza que llevan portan los nazarenos calandinos,
se empeñaban en aporrear sus bombos como unos posesos obteniendo un ruido
imposible de clasificar y, por supuesto, de soportar.
Con
gran agudeza decidimos colocarnos a una distancia prudencial de tales músicos
para que sus sones nos llegaran lo más atenuados posible. En mala hora se nos
ocurrió. Nos ubicamos en un lugar del pabellón por el que desfilaron delante
nuestro, impidiéndonos la visión correcta de tan magno acontecimiento, la
práctica totalidad de los 1500 espectadores que habían acudido al encuentro.
Justo enfrente estaba el palco de autoridades. Debió ser por lo que se jugaba el equipo de casa, ya que el presidente del club estaba acompañado por don Iñigo Allí, consejero de políticas sociales del Gobierno de Navarra y exjugador, malo, de baloncesto, y por don Prudencio Induráin, director del Instituto Navarro de Deporte y exciclista, también malo.
Justo enfrente estaba el palco de autoridades. Debió ser por lo que se jugaba el equipo de casa, ya que el presidente del club estaba acompañado por don Iñigo Allí, consejero de políticas sociales del Gobierno de Navarra y exjugador, malo, de baloncesto, y por don Prudencio Induráin, director del Instituto Navarro de Deporte y exciclista, también malo.
En el banquillo local se notaban las jerarquías, y es
que todavía hay clases. Si bien los tres encargados del grupo iban uniformados
con un traje color tabaco, los dos entrenadores se distinguían con una
llamativa corbata que no lucía el delegado e hijo del presidente del equipo.
Además, la equipación de los jugadores es de un horrendo color verde marica
playa sobre el que no se les ha ocurrido otra cosa que serigrafiar sus nombres
en color blanco con lo que resulta absolutamente imposible identificarlos desde
la grada. Tenemos que lamentar no ser tan forofos y seguidores de la escuadra,
por lo que no reconocemos a sus integrantes sin leer como se llaman. Un par de
los deportistas, con un pésimo asesor de imagen y sin ninguna vergüenza, daban
un toque personal al atuendo. Uno llevaba en los brazos unos manguitos negros
similares a los que podían utilizar los trabajadores en oficinas bancarias hace
tiempo. El otro cubría sus piernas con unas polainas de idéntico color sobre las
que se había colocado, por fuera, unos llamativos calcetines blancos (tal vez
lo mejor es que se calzara unas chanclas para definitivamente parecer un
turista holandés en lugar de un jugador de baloncesto como es debido).
Participantes aparte, un speaker se desgañitaba
alarido va, alarido viene, intentando animar al personal. El pobre no se daba
cuenta de que mucho mejor hubiera estado en silencio. Por dos razones, porque
no se le entendía nada y porque el oído de los sufridos espectadores habría acabado
mucho menos perjudicado.
Cuando todo parecía que estaba totalmente organizado,
irrumpieron en los dos fondos unas cheerleaders que, por su mínimo gusto al
elegir sus atavíos, más parecían unas empleadas de tanatorio poco pudorosas que
unas animadoras. De las 12, 8 se cubrían con una prenda negra mientras que las
otras 4 lo hacían de gris. Quedaba demostrado que la crisis también les
afectaba, ya que cada una de ellas llevaba un pantalón corto, que, aunque todas
coincidían en el tono, casi ninguno era igual al de la compañera. Por su nula
gracia, parecía que no se pusieron de acuerdo en la fecha que debían ir a
adquirir cada una su modelo en los chinos.
En estas estábamos, más pendientes de lo que nos
rodeaba que del horrible partido de baloncesto que estábamos viendo, que sin
darnos cuenta llegó el intermedio. Las cosas iban bien: 44 a 27 arriba, se
ganaba por 17 puntos. En el periodo de descanso hubo de todo menos el anunciado
sorteo para los socios. Las bailonas nos castigaron con una actuación lamentable
y si su vestuario era malo, su baile fue peor todavía: contorneos de los más
artificiales, desplazamientos torpes, filas que nunca eran rectas… ¡Más vale
que en todo el partido solo danzaron en dos ocasiones! La siguiente gracieta
consistió en un juego en el que obligaban a dos niños a meter unas canastas
disfrazados con la camiseta, pantaloneta y zapatillas de un tío de 2 metros o
más con lo que no podían andar, se les caían los pantalones… ¡Todo un poema!
Por lo menos al final de tan grácil competición les obsequiaron con un super
balón, el más barato que vende Decathlon. A continuación aparecieron en la
cancha una manada de niños y niñas, cada uno equipado de distinta forma pese a
que parecían ser del mismo club, para montar un partido 5x5 en una canasta y
otro 4x4 en la otra (por lo visto 2 de ellos habían pensado que era mejor hacer
borota que participar en ese espectáculo). Harto de tanta pantomima y con las
cervezas pre partido haciendo mella en la vejiga, marché a ese sitio antes de
pudiera reanudarse la contienda. La puerta del WC estaba entreabierta y
claramente se podía ver por debajo de la puerta de una de las cabinas, por
supuesto cerrada, que allí 4 zapatos que, supongo, corresponderían a dos
señoritas. Siempre me he preguntado la razón por la que las mujeres van al baño
en pareja, como la guardia civil, pero meterse de dos en dos al lugar donde
desbeber o descomer parece una guarrería. Una vez aliviado, al salir de los urinarios, me abordó un joven con un
mono de fumar que no se tenía. ¿Tienes fuego, tienes fuego? Preguntaba como un
poseso a cuantos salíamos de tan sana ocupación. Tal vez los nervios del
complicadísimo partido de baloncesto que aguantábamos le obligaron a echar un
cigarrico, o varios. Supongo que todavía recordaría sus años mozos para, en una
situación similar, acudir a esconderse en el excusado para pecar aspirando un
humo que no debería verse.
Con unos 3 minutos de antelación al inicio del tercer
tiempo volví a mi posición en la grada, y con la esperanza de ver si resultaba
premiado en el sorteo exclusivo para socios. Así que con el carnet de socio
número 0022 en mano esperé pacientemente la resolución de la lotería. El azar no me sonrió, pero ni a mí ni a nadie
ya que la única rifa que se celebró es la de un jamón para la que había que
comprar boletos al entrar, pero de la prometida en prensa para socios, nada de
nada. En mi tierna candidez pensé que lo harían al finalizar el encuentro.
La calidad del juego entre dos serios aspirantes al
descenso todavía fue peor en los dos últimos cuartos, especialmente en el
supuso el final del encuentro. Por ello, se sucedieron unas estampas
verdaderamente inolvidables. Tumbados en el suelo unos niños se dedicaban a
destrozar la revista 6eis veinticinco que edita y regala la Federación Navarra
de Baloncesto. No me extraña nada que la descuajeringuen con ese nombre, ¿no
podían titularla 6’25? Enfrente, el presidente del club local estaba tan
emocionado por lo que estaba viendo que se sentó en el borde del palco de espaldas
al partido. Estaba claro que lo que ofrecían los suyos y los contrarios era
como para ponerse de culo.
En estas estábamos cuando al speaker que tanto nos
martirizaba no se le ocurrió otra cosa que espolearnos en los tiempos muertos
con “El Chocolatero” en uno y con “Volver, volver” en otro. Me imagino que la
canción iba dedicada al equipo contrario por que eso de “yo se perder, yo
perder” lo hacían muy bien, y con la tortura baloncestística que padecíamos
para nada podía identificar al público local asistente con lo de “y volver,
volver, volver”.
Otro que sufrió sobremanera es el señor que se ocupaba
de filmar el partido para entregar el vídeo a los contendientes al final de la
lid. Se le cruzó tanta gente por delante que a los tengan la obligación de
verlo (ese partido solo se vuelve a ver por absoluta necesidad) les va a
parecer que están tirados ante el televisor de casa con un DVD adquirido en el
top manta.
Por fin llegó el final del partido, o de eso. Y casi
nos pillan, ya que el marcador se ajustó tanto que al final la victoria solo
fue por 8 puntos, 75 a 67, cuando debió ser por más de 30. Y lo curioso es que
el público parecía estar entusiasmado, ya que la invasión de campo para
felicitar a los jugadores del equipo local fue impresionante. Toda la pista se
llenó en un instante de enfervorizados pimpollos y adolescentes que deseaban
estar cerca de los suyos. Por cierto, los árbitros (que sin que sirva de
precedente lo hicieron bien) se vieron rodeados y no sabían por donde escapar.
Tampoco recibieron la ayuda del delegado de campo que estaba desaparecido en
combate.
Y yo todavía creyendo en el anunciado sorteo para los
socios. Por lo visto era cuestión de fe,
que consiste en creer lo que no ves. Porque evidentemente no llegamos a verlo.
Pero sigo teniendo esperanza (viene que ni pintado lo de la esperanza porque su
color es el verde, y tal como pedía la directiva yo fui vestido de verde) y he
guardado mi abono para los play-off, esperemos que por el título y no por el
descenso, donde seguro que lo promueven. El viernes pasado seguro que el club
se encontró con problemas técnicos. No obstante, la situación me ha traumado un
poco: y si resulta que no se leer o interpretar la prensa pese a ser alumno del
antiguo sistema educativo y no de la ESO.
El último sobresalto de la noche lo padecimos al
recoger el coche para volver a casa. Se
encontraba rodeado de los chachos propietarios de las fragonetas, pero por lo
visto les habíamos caído bien ya que nos comentaron que nos estaban cuidando el
vehículo y, efectivamente, estaba todo lo que habíamos dejado al llegar. ¡Qué
grandes!
En fin, una noche para no olvidar, ya que todo lo que
se olvida se puede repetir.