El cObrón

El “Príncipe de los Ingenios” fue soldado y novelista, poeta y dramaturgo. Había nacido en Alcalá de Henares un 29 de septiembre de 1547, y un año antes de su muerte en 1616 concluía la segunda parte de la gran obra maestra “El ingenioso hidalgo, Don quijote de la Mancha”.
Miguel de Cervantes fue el cuarto de los siete hijos que trajeron al mundo Leonor de Cortinas y un modesto cirujano llamado Rodrigo de Cervantes. Joven, con 18 años, huyó a Italia tras herir a un hombre. Allí se alistó para participar en la Batalla de Lepanto (1571), en la que perdió la mano izquierda. Casi un lustro más tarde, cuando regresaba a España, fue apresado y hecho cautivo en Argel. Su familia, ayudada por los padres Trinitarios, pagó el rescate que posibilitó su liberación en 1580. Casado con Catalina de Salazar de Palacios cuando ella contaba 19 primaveras y él 37, marchó a vivir a Sevilla. Durante la estancia en la ciudad andaluza, de 1587 a 1600, trabajó como Comisario de Abastecimientos. Con un salario mísero, su cometido principal era requisar trigo y otros alimentos para la Armada Invencible. La impuntualidad en el cobro y la afición por el juego le llevaron a la ruina y, nuevamente, a prisión. Los desplazamientos a los que le obligaba su trabajo y el posterior encarcelamiento le permitieron conocer a muchas gentes que terminarían apareciendo en su genial novela caballeresca. Tras una estancia en Valladolid, acabó sus días en Madrid el 22 de abril (el 23 apara otros autores) de 1616. Es por ello que el 23 de abril se celebra el día del libro.


Alguno de los personajes inmortalizados en El Quijote, y especialmente el propio hidalgo, coinciden en su opinión con un anónimo que proclama: “al desagradecido, desprecio y olvido”. Así, en el capítulo XXX de la primera parte publicada en 1605, se puede leer: “¡Oh hi de puta bellaco, y cómo sois desagradecido, que os veis levantado del polvo de la tierra a ser señor de título, y correspondéis a tan buena obra con decir mal de quien os la hizo!”. En la segunda entrega, de 1615, al menos un par de textos señalan en la misma dirección: “Entre los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia, yo digo que es el desagradecimiento, ateniéndome a lo que suele decirse: que de los desagradecidos está lleno el infierno. Este pecado, en cuanto me ha sido posible, he procurado yo huir desde el instante que tuve uso de razón, y si no puedo pagar las buenas obras que me hacen con otras obras, pongo en su lugar los deseos de hacerlas, y cuando estos no bastan, las publico, porque quien dice y publica las buenas obras que recibe, también las recompensara con otras…” (capítulo LVIII). Y también, “bien puede ser que un caballero sea desamorado, pero no puede ser, hablando en todo rigor, que sea desagradecido” (capítulo LXVII).


En el club de baloncesto de una localidad cercana a Pamplona deben estar muy de acuerdo con Cervantes, han descubierto al desleal. Es que alguien con aires de quinqui les ha acabado por convencer de que era un auténtico desagradecido no merecedor del puesto que ha ocupado, y por su puesto cobrado, como coordinador durante bastantes años. Don Quijote hablaba de buenas obras. Al individuo en cuestión, su club lo ha tenido ocupado durante muchas temporadas en labores de organización, por las que fue retribuido con cantidades de 4 cifras de las de ahora o de 7 de las de antes, a las que había que añadir las que recibía por su cometido como entrenador. Tan excelso trato, ha sido “reconocido” y correspondido amenazando al club deportivo con una denuncia ante Magistratura de Trabajo por despido ilegal. ¡Qué bajeza! No llegaron a juicio, pero les ha sacado un montón de cuartos. Martín Lutero (1483-1546), el teólogo agustino que impulsó la reforma religiosa, comentaba que tenía “3 perros peligrosos: la ingratitud, la soberbia y la envidia. Cuando muerden dejan una herida profunda”. ¡Enorme mordisco de ingratitud y también, tal vez de soberbia! Actuaciones como la del simpático querellante cObrón (de cobrar y con ‘O’, no con ‘A’) hacen dudar si personas como él tienen sentimientos, valores positivos. Consumido por su inmenso egoísmo se ha cegado para no ver más allá de sus intereses, pasando por alto un valor tan elemental como es el de reconocer todo lo que han hecho por él.


Y, ¡oh desgracia suprema! El olvidadizo coordinador, cobrador y “denunciador”, ha recalado como entrenador en el centro de enseñanza religioso en el que trabajo. De la mano de un señor al que algunos desaconsejamos contratar porque sabíamos lo que iba a pasar, y ha pasado, acude a salvar el baloncesto colegial haciendo desaparecer un club con 40 años de historia. Avisados están, y ¡que Dios nos pille confesados! Pero todavía hay más. En el mismo paquete ha llegado otro olvidadizo técnico al que yo traje a entrenar en su día a Maristas, y que en menos de seis meses estaba reunido con el director del centro para que me expulsaran como profesor. Resulta que la institución celebraba el centenario de su llegada a España, por lo que se jugaron campeonatos deportivos maristas a nivel estatal. A nosotros nos tocó organizar el minibasket masculino, pero un grupo de personas decidieron que no lo hacíamos sin cobrar. Por supuesto, me puse del lado del colegio, lo que les enfadó sobremanera y trataron, de forma muy irracional, que me largaran. ¡Buena gente!

Y por si todavía no han demostrado toda su manía hacia mi persona, han intentado provocarme colocando el único cartel animando a jugar a baloncesto en todo el colegio en la puerta de mi aula de trabajo. Así son.


“Cualquier tipo de maldad es el trueno; la ingratitud es el rayo. El trueno asusta, pero el rayo mata” (José Luis Coll, 1931-2007, humorista).

“Todo nuestro descontento por aquello de lo que carecemos procede de nuestra falta de gratitud por lo que tenemos” (Daniel Defoe, 1660-1731, escritor y panfletista inglés).


Nota: Según la real Academia de la Lengua, un quinqui es una persona que pertenece a cierto grupo social marginado por su forma de vida.