En un magnífico libro titulado "La toma del poder por los nazis", el escritor William Sheridan Allen (1932-2013) analiza el fenómeno del ascenso de Hitler al gobierno desde la perspectiva de lo sucedido en un pequeño pueblo en el centro de Alemania. Allen narra una escena real que pone los pelos de punta.
Allí existían varias librerías, y una de ellas estaba regentada por un judío. En aquel momento histórico, los nazis eran una fuerza importante, pero aún no mayoritaria; la sociedad emprendía un camino acelerado de polarización. En pueblos pequeños como ese los nazis no recurrían a la violencia física contra sus enemigos. La había, por ejemplo, cuando una manifestación nazi y otra del partido socialdemócrata se encontraban y unos y otros liaban a palos. Era algo que ocurría con bastante frecuencia, pero todavía existía en Alemania un estado de derecho y los nazis no podían ir libremente a buscar a nadie a su casa para eliminarlo.
Un buen día, dos nazis uniformados se apostaron a cada lado de la puerta de entrada de la librería del judío. No irrumpieron dentro para molestarle, simplemente se quedaron allí, a la puerta, esperando. Cuando apareció el primer cliente, simplemente se limitaron a preguntarle con toda la educación del mundo ¿sabe usted que esta librería es propiedad de un judío? Y así con cada cliente que quería acceder a la tienda. No les impedían meterse, tan solo les informaban. Y así, día tras día, de la mañana a la noche. Algunos compradores, pocos, hacían caso omiso de lo que aquellos nazis decían. La mayoría se daba la vuelta y renunciaban a entrar. Quizá alguno por convencimiento, la mayoría por simple miedo. No agredieron a nadie, ni al judío ni a los consumidores, pero al cabo de muy pocas semanas el judío cerró la librería convertido ya en un apestado dentro de su propio pueblo. La táctica nazi había triunfado.
¡Vaya susto! Más vale que me he dado cuenta que esta historia real ocurrió en 1993 en un pueblo llamado Northeim. Había llegado a pensar que estaba leyendo una alegoría sobre Alsasua, ese lugar donde agreden a sus convecinos porque los consideran invasores.