Al estilo de Pol Pot

Transcurría el año 1928, y en concreto el día 19 de Mayo, cuando para desgracia de la humanidad venía al mundo un tal Saloth Sar. Más conocido como Pol Pot, en 1975 llegó a ser primer ministro de “Kampuchea Democrática”, forma en la que bajo la dictadura de Pol Pot, se constituyó políticamente el actual Reino de Camboya entre 1975 y 1979.
Conquistado el poder, Saloth Sar dirigió una infame administración que de manera inmediata reubicó a su población llevándola de los principales centros urbanos al campo. El escenario incluyó el exterminio de los intelectuales y otros enemigos, a los que llamaba “burgueses”, consiguiendo la desaparición de cerca de dos millones de personas. Si bien algunas causas del drástico descenso de población pudieron ser la malnutrición, los trabajos forzados y las enfermedades mal atendidas, en mayor parte se debieron a la ejecución sistemática, sin juicio, de aquellos que eran clasificados como “enemigos”, y entre los que se encontraban ancianos, niños y afiliados al propio partido de Pol Pot. En investigaciones posteriores se le imputaron crímenes tales como torturas sistemáticas, extensa práctica de ejecuciones extra judiciales y programas específicos de genocidios contra minorías y no tan minorías. Derrocado, Pol Pot se ocultó en la selva tailandesa hasta su muerte el 15 de abril de 1998. Su ceremonia funeraria fue digna de un canalla, incinerado sobre un colchón colocado sobre unos neumáticos y con la leña de unos muebles viejos. Entre el humo espeso de su pira se desvanecía el recuerdo turbio de una memoria colectiva, mientras que sus cenizas sirvieron de abono para la tierra que regó con sangre.


¿Se han fijado que en un par de clubes del baloncesto navarro se producen purgas, casi al estilo Pol Pot, contra los entrenadores más implicados? Los motivos parecen surgir del pavor que los coordinadores de estas sociedades tienen a perder el puesto. Esto les hace convertirse en “tiranos” que emplean todo su poder para conservar un lugar de privilegio, deshaciéndose de todo el que, según su creencia, puede apartarle “apartarle del trono”. Caudillos persas y bárbaros de la antigüedad utilizaban medios que fácilmente se pueden asimilar a las actuaciones de estos “coordictadores”, como ya fueron calificados en otra entrada de este blog. Así, por ejemplo, tienen tres motivos para poco a poco ir eliminando las reuniones de entrenadores. En primer lugar, porque ahogando la instrucción se niega todo lo que hace que se tenga valor y fe en uno mismo. En segundo, porque si los “súbditos” permanecen sin conocerse evitan que nazca entre ellos una mutua confianza, ya que una de las máximas de estos coordinadores es que cuanto menos hablen entre los entrenadores, menos criticarán su labor. Y en tercer lugar, los entrenadores honrados tendrán que buscarse la vida para subsistir, para poder desarrollar su labor, lo que les tendrá tan ocupados que no podrán conspirar. Otra característica de los déspotas es sembrar la discordia entre sus ciudadanos y ponerlos en pugna: divide y vencerás. Por ello, en estos clubes se dan habitualmente casos en los que un entrenador no presta sus jugadores al de categoría superior, en los que mutuamente se acusan de cansar voluntariamente a los jugadores dándoles minutos que les perjudican al duplicar encuentro con un grupo diferente del que tiene la licencia, etc. En estas ocasiones, el coordinador invariablemente actúa a favor de su amigote, aunque la injusticia sea flagrante, y siempre ante la queja del ofendido le remitirá a la directiva. Esta, como hizo otro adalid llamado Pilatos, se lavará las manos, con lo que el coordinador habrá conseguido otro objetivo, irritar a algunos entrenadores que se manifestarán descontentos con la única autoridad que tiene por encima. Muchas veces los coordinadores conocen todos los secretos de la vida privada de los que están por debajo, los entrenadores, y los que están por encima, los directivos. De esta forma siempre los pueden tener cogidos, con lo que nunca se les sublevarán o, incluso, tampoco sus superiores podrán actuar ante sus desmanes. Coordinadores o coordictadores, todo se resume en reprimir cada síntoma de superioridad que en torno suyo se levante, paranoica o real.