Vuelva usted mañana

Transcurría el día 24 de marzo de 1809, cuando en plena dominación francesa nacía en la antigua Casa de la Moneda de la calle Segovia de Madrid, Mariano José de Larra.
Hijo de un médico afrancesado, la familia se trasladó a Burdeos, donde realizó sus primeros estudios. De regreso a la capital, pasó por los colegios de los escolapios y de los jesuitas, con un breve lapso de tiempo internado en tierras navarras, en Corella (1822 y 1823). Considerado como uno de los más altos representantes del romanticismo literario español, junto con Espronceda y Bécquer, destacó como un periodista crítico y satírico. Sin embargo, su vida fue muy corta, ya que a los 27 años, el 13 de febrero de 1837, después de haber mantenido una enervada discusión con su amante, se suicidó disparándose un tiro en la sien con una pequeña pistola, de las que llaman de cachorrillo. Entre sus artículos destaca uno titulado “Vuelva usted mañana”, publicado en el “El Pobrecito Hablador” número 11, en enero de 1833. En la crónica se describe como un extranjero llega a España con el fin de realizar un sencillo trámite que en su país no le llevaría más de quince días. Sin embargo, no consiguió sus propósitos y… “finalmente, después de medio año largo, si es que puede haber un medio año más largo que otro, se restituyó a su patria maldiciendo de esta tierra, (…) diciendo sobre todo que en seis meses no había podido hacer otra cosa que volver siempre mañana, y que a la vuelta de tanto mañana, enteramente futuro, lo mejor o más bien lo único que había podido hacer bueno había sido marcharse”.


Aunque han pasado casi 180 años del episodio narrado por Larra, con algún directivo de la Federación Navarra de Baloncesto puede ocurrir algo muy parecido. Días antes de la pasada Nochevieja de 2010 solicité una reunión con uno de sus vicepresidentes. Creo que fue una osadía, o mejor una estupidez, porque si bien el tema podía resultar algo complicado, no era para tanto. Y ya es casual, tanto el extranjero como yo debimos aturdir a nuestro interlocutor ya que al “ver nuestra precipitación, declaró francamente que necesitaba tomarse algún tiempo”; “tres días, dame tres días, que ahora tengo mucho trabajo” me garantizó el vicepresidente. “Pasaron tres días; fuimos. Vuelva usted mañana, nos respondió porque el señor no se ha levantado todavía. Vuelva usted mañana, nos dijo al siguiente día, porque el amo acaba de salir. Vuelva usted mañana, nos respondió al otro, porque el amo está durmiendo la siesta. Vuelva usted mañana, nos respondió el lunes siguiente, porque hoy ha ido a los toros ¿Qué día, a qué hora se ve a un español? Vímosle por fin, y… Vuelva usted mañana, nos dijo, porque se me ha olvidado. Vuelva usted mañana, porque no está en limpio”. Había pasado ya un mes desde mi primera solicitud cuando decidí volver a intentarlo. Nuevamente contacté con él y por fin parecía que daría respuesta: “No te preocupes, tienes toda la razón, dime como tienes la semana que viene por la tarde y te llamo”. Como era de esperar, y desde luego esperar es lo que estaba haciendo, la semana que viene nunca llegó. “Vuelva usted mañana, el oficial de mesa no ha venido hoy, grande causa le habrá retenido. Vuelva usted mañana, porque el señor no da audiencia hoy, grandes negocios habrán cargado sobre él”. Y… “tengo que llamarle, tengo que llamarle”, palabra de vicepresidente. Pero ni tres días, ni tres semanas, ni tres meses. Estoy igual que el personaje de Larra, han pasado seis meses y sigo sin encuentro. Por supuesto, después de esos tres días iniciales, después de la semana que viene, y después de tanto tengo que llamarle, lo mejor o más bien lo único que he podido hacer bueno es desistir. Pero ¡cuidado! que yo también he sido directivo de la Federación Navarra de Baloncesto y sigo cooperando con ella cuando se me requiere. Estoy pensando en que si a un colaborador le ningunea de esta forma, ¿cómo tratará el señor vicepresidente al que no considere de los suyos?