Dejar "la huella"

Existe un lugar en Jerusalén, la Capilla de la Ascensión, donde la tradición reconoce la huella dejada por Jesucristo en el momento de abandonar nuestro mundo y subir a los cielos.
En El Cairo, en el Mausoleo de un imán llamado Al Shafi’i, un hombre muestra otra pisada que el rito islámico atribuye al profeta Mahoma. El 9 de febrero de 1960, en el Sunset Boulevard de Hollywood, Joanne Woodward, ganadora de un Óscar a la mejor actriz en 1957 por su interpretación en “Las tres caras de Eva”, recibía la primera estrella del Paseo de la Fama. Años más tarde, el 21 de julio de 1969, Neil Armstrong se convertía en el primer ser humano en hollar el suelo lunar. Allí, en el sur del Mar la Tranquilidad, inmortalizando su huella pronunció su ya famosa frase: "Un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la Humanidad".



Creo sinceramente que hay dos tipos de personas: aquellas que por su categoría dejan huella, y otras que por su vulgaridad dejan “la huella”. Las primeras son recordadas por sus grandes logros o, simplemente, por ser un buen hombre, un gran educador o un entrenador entregado a sus jugadores, por ejemplo. Tal vez nunca se propusieron ser importantes para los demás, pero lo fueron. Las otras, las que buscan dejar “la huella” casi siempre lo consiguen, pero de manera negativa. En su afán por sobresalir muchas veces meten la pata.

Esto es lo que pasa con un colegiado del Comité Navarro de Árbitros de Baloncesto. Partido que pita, partido que acaba con unas cuantas faltas técnicas o antideportivas de lo más absurdas. Parece como si ser joven y vestirse de gris para dirigir a otros que le pasan en edad y sabiduría le da derecho a convertirse en uno de aquellos que hace 20 o 30 años, también de gris, reprimían a base de porrazos. No obstante, aunque no nos guste, la situación no es nueva. Cuando yo jugaba -de eso hace muchísimo– había un árbitro que la noche anterior a la celebración de sus encuentros soñaba con el resultado, o al menos así lo comentaba. Desconozco si se acostaba muy perjudicado, pero el problema era que este señor se empecinaba una y otra vez en que sus sueños se hicieran realidad. Ya podía un equipo ser treinta puntos superior a su contrario, las visiones nocturnas del colegiado convertían el arbitraje en la peor de sus pesadillas. Siempre acababa dejando “la huella”. En aquella época en la que todavía estábamos los dinosaurios no era fácil, pero ahora se dispone de los medios materiales y humanos como para poder preparar convenientemente a los jóvenes árbitros que llegan. Probablemente el reglamento es lo primero, pero sin saber estar dentro de un terreno de juego, sin conocer la forma de tratar a entrenadores y jugadores siempre se deja “la huella”.