25 años con los Maristas

El jueves 22 de diciembre recibí el homenaje de toda la comunidad Marista del Colegio Santa Mª la Real de Sarriguren por llevar más de 25 años trabajando con ellos. Esta es mi reflexión...


Parece que fue ayer, cuando me acercaba con el vértigo habitual al calendario para arrancar la hoja y regresar con la carne de gallina a las palabras. Fue un día a mitad de septiembre de 1986; empezaba a caer la tarde sobre el colegio de la calle Sangüesa y sobre los nervios de la persona que gritaba “tierra” por primera vez sobre la cubierta de un barco que, probablemente, todavía era pirata y temido. Un edificio nuevo, un aula que nunca había visitado, unos alumnos que jamás había tenido. En definitiva, una locura nueva en la que comenzaba mi caminar como profesor y Marista, y que explotó en mis manos mientras un “hola, hola” de complicidad con nuestros compañeros se convertía en el santo y seña de nuestro trabajo.


Curso tras curso llegaba al colegio con un poco más de alegría que los anteriores. Sucede que según avanza la vida, cada vez nos gusta más lo que hacemos, aunque parece que nos cuesta volver a lo cotidiano. Estos días, al recuperar los recuerdos de siempre me sacudió un ramalazo de moviola. Han pasado 25 años. 25 años de codos gastados, de miedos ocultos, de jornadas convulsas, de algunas tensiones y, sobretodo, de grandes alegrías… Han pasado 25 años y a todos nos brilla un poco más la mirada. Por eso estamos aquí y ahora, respirando hondo pero con pulmones tan nuevos como el primer día. Cada año, cuando el verano rinde cuentas y regresamos, nos ponemos delante de la clase que inaugura el curso para tratar de que sea el mejor de nuestras vidas.

En ese alarido de rabia y de cariño, gritaba porque un día me di cuenta de que a veces algunos, sin querer, se bajaron de la vida para empezar a viajar de nuevo. Cómo olvidar a los familiares que nos dejaron o a Miguel Apesteguía y Javier Oyarzun. Cómo borrar de nuestra memoria a los Hermanos (con mayúsculas) y grandes amigos Zabaleta, Pablo, Ildefonso, Ángel, Gonzalo, Javier o Segundo.


Pongo al final a los ciento y pico que somos, a los que ya estaban aquí y me abrieron puertas, a los que han de venir a retirarme, a los que me trajeron, y a los que me tienen como compañero cerca del pecho. A todos os pido que me dejéis ser feliz con vosotros para seguir soñando cada día un poquito más. Al fin y al cabo la felicidad consiste en tener siempre algo que hacer, algo que transmitir, algo que compartir y algo que soñar.

¿Sabéis una cosa? A pesar de lo de la frente marchita y de lo de las nieves del tiempo que blanquearon nuestras sienes, siento, como ya cantaba Gardel, que la vida es un soplo y que 25 años no son nada.  Por ello, el verbo que más me apetece conjugar hoy es “volver, volver, volver”…

Muchas gracias a todos.