En el año 1949 se concedió el
Premio Nobel de Medicina al doctor Antonio Egas Moniz. Antonio Caetano de Abreu
Freie Egas Moniz fue un neurocirujano y psiquiatra portugués nacido en Avanca
un 29 de noviembre de de 1874. Aunque en los años 30 su nombre sonó como
candidato al mismo galardón por inventar la angiografía, fue en 1949 cuando se
le concedió por desarrollar una técnica llamada lobotomía que, en la actualidad,
es considerada como una de las formas más atroces de la historia médica. Tanto
es así, que en un paciente suyo llegó a descerrajarle 8 tiros aduciendo que el
doctor no le estaba tratando adecuadamente su enfermedad. Antonio Egas Moniz
quedó paralítico para el resto de su vida, que acabaría en Lisboa el 13 de
diciembre de 1955.
Cada lobotomía se efectuaba
en menos de 5 minutos, y los únicos efectos secundarios aparentes eran que el
paciente acababa con los ojos hinchados, por lo que se le aconsejaba ocultarlos
con gafas de sol. La intervención quirúrgica consistía realmente en la
mutilación del lóbulo frontal de los enfermos psiquiátricos para modificar sus
comportamientos antisociales o, incluso, agresivos. La operación se realizaba a
ciegas, taladrando el párpado del paciente con un picahielos modificado, el
mismo arma que el personaje de Sharon Stone utilizaba para sus asesinatos en la
película “Instinto Básico” . Con este procedimiento tan agresivo muchos de los
afectados no solo no mejoraban mentalmente, sino que empeoraron de una manera
tan evidente que parecían auténticos zombis. Por ello, necesitaban ayuda
externa para realizar las tareas más simples como pasear, comer, asearse, etc.
La carnicería cesó cuando otros “loqueros” advirtieron los daños irreparables
que sufrían en el resto de su existencia los lobotomizados.
Casi el mismo desasosiego que la concesión del Nobel al lobotomizador, me produce el reconocimiento que un club navarro de baloncesto ha realizado a otro doctor de carrera que siempre nos pareció un lobo con piel de cordero. Él fue el que nos enseñó que lo mejor para el basket navarro era que únicamente existiera un equipo en SU categoría con el que nadie podía competir, ya que lo componía “robando” a todas las supuestas figuras del resto. “Es que me lo traen sus padres” era su frase favorita si la víctima del hurto osaba quejarse. Él nos inició en la bondad de vapulear al equipo B de su propio club con un resultado de 130 a 33 (literal) con el pretexto de estar preparando el Campeonato de España en el que, merced a tan exhaustiva preparación, solo conseguía hacer el más absoluto de los ridículos, ganando la friolera de cero partidos. Él nos ayudó a entender las bondades de dedicarse a un hobby cobrando por ello, acabando con el voluntariado de los técnicos que entonces trabajaban en sus respectivos colegios y clubes. Como era de esperar, esto nos trajo el fin del sentido de pertenencia que los preparadores tenían hacia sus orígenes, para pasar a venderse al mejor postor. Él nos hizo escuchar, una y otra vez, la palabra “ética” para, al mismo tiempo, convencernos en los cursos de entrenadores de que había que hacer todo lo contrario a lo que él realmente trabajaba con sus equipos. Él nos mostró la forma de crear jugadores mediocres al dedicar sus sesiones de entrenamiento exclusivamente a lo que utilizaba en los partidos y olvidando todas las demás facetas del juego. Él nos reveló, copiando las teorías educativas de la época, que los jugadores debían ser partícipes de su propio aprendizaje. Así, sin dominar los fundamentos del bote, del pase, y del tiro, colocaba a sus pupilos ante situaciones de 1x1, 2x2, etc, que ellos mismos debían superar. Él ignoró de tal manera la condición humana de la mayoría de sus discípulos, manejándolos con unas formas demasiado alejadas a los valores del deporte, que uno de sus ellos llegó a tirar su camiseta al río dada la frustración acumulada por el trato recibido en una fase de ascenso (creo recordar que en Extremadura).
Pese que su legado es el que
es, posiblemente fuera un gran entrenador y, por supuesto, llegó mucho más
arriba, y porque hizo más méritos, que cualquiera de los que le rodeábamos. No
obstante, después de compartir club algunos años (mi grupo fue el que recibió
aquel humillante 130-33), llegó la hora de enfrentarnos. En la temporada
1983/84, hace ahora 30 años, nuestros respectivos equipos llegamos a la gran
Final del Campeonato Navarro de categoría juvenil masculina. Fue un sábado 18
de febrero de 1984 en la vieja pista del Club Natación, junto al frontón. El
trabajo en los entrenamientos de la semana previa al choque fue muy intenso,
pero en nuestro caso fue interrumpido repetidamente por las “éticas visitas” al
patio del colegio de los Maristas segundo entrenador de nuestro rival (no
mencionaré su nombre) para, amparándose en su pasado colegial, espiarnos
descaradamente. En el choque eran los claros favoritos, pero pronto vimos que
lo que llevábamos preparando todo el año iba a darnos frutos. Y con el público
casi encima de los banquillos animando a unos y otros, el ahora homenajeado
perdió la compostura al ver que el resultado no le era favorable. Así, cuando
un espectador cercano a su posición manifestó en voz alta “eso no es falta” se
revolvió, y con muy malas formas le contestó: “y si yo te doy una h… ¿es
falta?”. Yo estaba a lo mío y en ese momento no me enteré de lo ocurrido, pero
conozco de buena tinta la historia puesto que el amenazado con recibir un golpe
contundente era mi hermano que veía el encuentro con mis padres.
Deportivamente, ni él, ni segundo entrenador “el espía”, ni su equipo llegaron
a descubrir el entramado que habíamos proyectado, ya que todo el partido
estuvieron atacando “contra individual”, cuando nuestra defensa se disponía en
3 jugadores en zona y 2 en individual. Con todo decantado, nos fue imposible
jugar por la derecha de nuestra ofensiva ya que sus edukadísimos (con 'k' para que se conozca su pedigrí) hooligans no tuvieron otra
ocurrencia ante el desastre que se avecinaba que bombardearnos a escupitajos
cuando llevábamos el balón a aquella banda. Quedamos campeones con un resultado
de 93 a 68, 25 puntos arriba. Todavía estoy esperando que me de la enhorabuena.
El equipo del Club Baloncesto
Maristas que venció en aquella final sigue reuniéndose de vez en cuando para
compartir recuerdos y unas buenas viandas. Esto es lo que ocurrió en 2004, hace
10 años: 20 años después...