Bet din, que no significa Bendito


Tal y como estableció Moisés, y todavía funciona entre los hebreos, son las Cortes de la Ley de la Torá (1), con sus tres tribunales bien diferenciados, las que escuchan los casos que se plantean cuando alguien comete un delito. 



               “Establecerás jueces y escribas para tus tribus en cada una
               de las ciudades que Yahveh te da;
               ellos juzgarán al pueblo con juicios justos”.
                    Deuteronomio 16:18.


El primer tribunal, llamado “bet din”, lo regentaban 3 jueces. ¿Por qué este número?  Así dice el libro del Talmud (2): “No juzgarás solo, ya que nadie tiene la capacidad de hacerlo, solo Dios”. Entonces, parece que podrían ser dos los magistrados del bet din, pero la Torá (3) ordena que “se juzgue de acuerdo a la mayoría”. Por lo tanto, el juzgado debe tener un cuota impar de jueces para deshacer los posibles empates en caso de desacuerdo entre ellos. La siguiente instancia se denominaba “sanedrín menor” y lo administraban 23 doctores de la ley. Por último, “el gran sanedrín” estaba regido por 71 rabinos.




Los mismos tribunales juzgaban a los hijos perversos o rebeldes. No obstante, antes de que actuara el bet din, cuando se producía la primera falta del joven se convocaba a la familia para reprenderle. En la segunda ocasión, ya se le conducía ante el Tribunal de los Tres Jueces, el det din. Los castigos eran tan duros que se le podía castigar a pena de azotes. Si seguía reincidiendo, el asunto era conocido por el Tribunal de los Veintitrés Jueces, y la pena podía llegar a la lapidación. Para hacerse acreedor a estas condenas se establecía que el mozalbete debía tener “cuando menos dos pelos en cualquier parte del cuerpo, y no tener crecida la barba todavía” ya que según el Talmud el vello en la barbilla era signo de que el hombre estaba ya desarrollado.



Recientemente se ha publicado la noticia de que Planasa, el único equipo profesional del baloncesto navarro masculino, ha prescindido de los servicios de dos jugadores, un lituano y un navarro, por enredarse en una trifulca en la que resultaron heridos sus contendientes. Por lo visto, la madrugada del sábado 25 al domingo 26 de enero se encontraban “celebrando” la derrota que habían sufrido en el Anaitasuna contra Clínicas Rincón por 57 a 63. Según la prensa, el motivo de la reyerta fue un acalorado “debate” sobre el euskera. Si ya es difícil de entender que el jugador navarro faltara al respeto a la autoridad en el momento de la detención, todavía es más complicado intuir qué hacía un baloncestista lituano, que apenas llevaba 3 meses en Pamplona (o en Iruña), discutiendo sobre la lengua heredada de los vascones. Tras el arresto fueron condenados a 6 meses de cárcel que no cumplirán por ser una pena menor a 2 años. Si detrás de la expulsión no hay más motivos que los expuestos, por ejemplo los económicos que suponen ahorrarse dos sueldos de jugadores que tenían pocos minutos, ¡bien por la directiva de Planasa!



Olvidando al foráneo, a los que hemos conocido y también sufrido la trayectoria del jugador navarro, poco nos extraña la situación acontecida. Suerte tiene de no vivir en la Israel bíblica. Dadas las reincidencias del “bendito” en actos violentos se evitarían la reprimenda familiar y la intervención del tribunal de primera instancia, el bet din. Así que tendría que ser juzgado por uno de los sanedrines, lo que supondría un correctivo durísimo, ya que podían imponer castigos a base de azotes o, incluso, la lapidación del penado. En su currículo figuran “hechos heroicos” desde que era niño. En un partido infantil, con aproximadamente 12 años, propinó un sopapo a un contrario que le constó una de las sanciones más largas impuestas por el Comité de Competición de la Federación Navarra de Baloncesto. Lamentablemente, el Servicio de Deportes del Gobierno de Navarra se entrometió de manera vergonzosa en la decisión e impuso reducir el correctivo: en menos de seis meses estaba de nuevo en las canchas aterrorizando a los contrarios. Un par de temporadas más tarde, me vi obligado a dirigir en dos ocasiones partidos contra su equipo. En el primero de ellos, en una importante localidad de la Barranca, consiguieron inmunizarlo en todas sus tropelías. Absolutamente protegido por su entrenador, que le alababa las gracias, y con un árbitro que se convirtió en “muy ciego”, el “bendito” campó a sus anchas durante todo el encuentro. En el choque (es la mejor palabra para definir su actitud ante el deporte) de vuelta no tuvo tanta suerte. En un momento dado, en un rebote defensivo, se fue al suelo empujado involuntariamente por uno de sus compañeros. Pensando que había sido uno de mis jugadores decidió tomarse la justicia por su mano, lanzando una coz hacia uno de los nuestros que de haberle alcanzado le habría dejado bastante dolorido. Lógicamente, y sin el cobijo de “muy ciego”, le fue señalada una merecidísima falta técnica. Ya no pudo más, perdió los nervios y abandonó el partido. No acabaron aquí las cosas: en la huída para refugiarse en su vestuario, no olvidó atizar un patadón que hizo volcar su banquillo. ¡Qué mal! Al acabar el encuentro el olor a eso que se fuma y no es tabaco que se respiraba en el pasillo era absolutamente insoportable, delatándole sobre lo que se había dedicado en su escondite tras dejarnos acabar en paz el partido de baloncesto. Antes de su regreso al basket foral, escuché que se encontraba enrolado en un equipo de la Comunidad de Madrid.

Aunque solo se puede afirmar que el culpable mayor es la propia persona por su agresividad, su descontrol, y su falta de saber estar, hay otros sujetos que no han colaborado para que pudiera cambiar, todo lo contrario. Aquella intrusión del Gobierno de Navarra alegando que era muy joven para recibir una sanción tan dura, probablemente hizo que se sintiera impune ante cualquier acto posterior de la misma naturaleza. El amparo que recibía en su localidad por parte de su entrenador y el árbitro “muy ciego”, ayudó a su equipo a obtener alguna victoria injusta de más, pero consiguió que no supiera distinguir entre el bien y el mal, tanto en terreno de juego como en su vida privada. Flaco favor hicieron los que dieron amparo al “bendito”.


 
Parece que ahora se va a jugar a Guinea, un país en el que apenas existen unas cuantas pistas reglamentarias. Todas se encuentran en Malabo y Bata, situadas en patios de colegios de religiosos. Pero la realidad es que todo debe ser mucho más rudimentario, tal y como señala el periodista independiente Alex Gozalbo: “todo es posible en unas remotas pistas escondidas en medio de la espesa selva que inunda un país lleno de contradicciones. Un par de canastas de madera sirven para su cometido y, en lugar de parquet, la pelota se bota sobre una capa de tierra rojiza y fina hierba, chapeada (4) cada fin de semana para evitar que la selva recupere su espacio natural. Cada centímetro sin árboles y lianas es una excepción que hay que cuidar periódicamente. En estas pistas de baloncesto no existen líneas en el suelo, pero los límites del campo quedan perfectamente definidos por una intensa vegetación que hace imposible el bote del balón”. Por fin podrá estar en su ambiente, ya que como dice un dicho popular de la zona “O comes, o África te come”. Ojalá que le vaya bonito, ojalá que se acaben sus penas…



(1) La Torah o Torá hace referencia al texto de los cinco primeros libros de la Biblia o Biblia Hebrea, que para los cristianos se llama Pentateuco, donde se presenta la totalidad de la revelación y enseñanza divina al pueblo judío.
(2) El Talmud es la obra que recoge las discusiones rabínicas sobre leyes judías, tradiciones, costumbres, historias y leyendas.
(3) Torah es una palabra hebrea que deriva de "acometer" o "dar un tiro". Por ello, se puede considerar que la Torah, o Torá, es una guía para dar en el blanco. O sea, lo que los occidentales podemos señalar como enseñanza, instrucción o ley. 
(4) En Guinea, chapear es limpiar a machetazos la tierra despejándola de malezas y hierbas.