En algunos momentos de su
historia, los mandatarios del Imperio Romano decidían si tendían la mano al
enemigo derrotado o lo destruían. Por medio de lo que denominaban deditio
(dedición), podían acoger o no al grupo sometido integrándolo en su propia
potencia. Si esto ocurría, no imponían condiciones denigrantes en la
capitulación del enemigo, sino que intentaban establecer una relación de
relativa igualdad entre vencedor y vencido. En otros casos dictaminaban lo contrario,
acabando con todo lo que consideraba que le amenazaba.
Tras la rendición
incondicional de la urbe perdedora, la República Romana resolvía si era
arrasada (deditio in dictionem) al tiempo que sus dirigentes eran ejecutados y
sus habitantes vendidos como esclavos. Así se comportó Julio César con Vercingetorix,
tras la capitulación de Alesia en septiembre del año 52 a.C., que fue exhibido
en un recorrido triunfal en Roma y decapitado en el 46 a.C. También Cleopatra
VII, la última reina de Egipto, dispuso su suicidio antes de que Octavio
Augusto la humillara en la capital paseándola como trofeo de guerra.
Una segunda posibilidad convertía
a una villa en ciudad dediticia (deditio in fidem), lo que significaba que Roma
se apropiaba de sus bienes para ser restituidos más tarde. En el Museo de
Cáceres se conserva el Bronce de Alcántara, del 104 a.C. que relata la forma en
la que la localidad se convirtió en dediticia: “Durante el consulado de Cayo
Mario y Cayo Flavio, siendo gobernador Lucio Casio, hijo de Cesio, el pueblo de
los Seanocos se rindió al pueblo romano. El gobernador Lucio Cesio, después de
aceptar su rendición, pidió parecer a su consejo acerca de las obligaciones que
deseaban imponerles. De acuerdo con la sentencia del consejo, ordenó que
devolvieran las armas, los prisioneros y los caballos y yeguas de los que se
habían apoderado. Los Seanocos entregaron todo esto. Después, el general Lucio
Cesio dio orden de libertad y les devolvió los campos, los edificios, las leyes
y todo lo que había sido suyo hasta el día en que se rindieron y que aún
sobrevivía, mientras el pueblo y el senado romano asó lo quisiera. El, bajo su
palabra, ordenó que se les diera a conocer esta decisión”.
Hace pocas fechas,
Gianmarco Pozzecco, un entrenador de la segunda liga italiana, explotó en una
rueda de prensa al considerar que había sido despreciado por el equipo
contrario, el FMC Ferentino, que le había ganado por 2 puntos (Ferentino: 78 -
Capo d'Orlando: 76) en partido celebrado el 1 de febrero de 2014.
Con 1’81 de altura,
Pozzecco, que nació el 15 de septiembre de 1972, era un jugador lleno de
fantasía, pero débil en la defensa. Se hizo famoso por su carácter excéntrico
que hizo que tuviera problemas con alguno de sus entrenadores. Sin embargo, se convirtió
en uno de los jugadores más valorados de Italia, llegando a ser el mejor
asistente durante 7 temporadas consecutivas. Hasta Tim Duncan, estrella de la
NBA, comentó que estaba impresionado por el jugador italiano, tras la final de
los Juegos Olímpicos de 2004 en los que la escuadra alpina fue plata por detrás
de Estados Unidos. Llegó a jugar en el CAI Zaragoza. Después de su retirada,
pasó unos años como locutor para Sky Sport y Sportitalia. El 13 de noviembre
2012 fue contratado como entrenador de la Orlandina Basket, el equipo en el que
terminó su carrera como jugador. Desde agosto de 2013 cuenta en su conjunto con
Gianluca Basile, el gran tirador de 3 puntos que brilló durante 6 temporadas en
el F.C. Barcelona.
El 1 de febrero, tras medirse
al FMC Ferentino explotó ante los periodistas para acabar la rueda de prensa
golpeando la mesa y levantándose sin permitir que los reporteros le formularan
una sola pregunta. Dejando constancia de que su carácter sigue siendo tan
volcánico como lo era en la pista de baloncesto, en su argumentación explicó
que siempre ha respetado al rival, tanto en las victorias y en las derrotas y
que nadie puede faltarle el respeto cuando pierde, ya que pierde los estribos.
Estas son sus declaraciones: "Siempre
he respetado a mis oponentes. Siempre he tratado de batirlos siguiendo las
reglas y cuando he ganado lo he celebrado sin mofarme de los perdedores. Cuando
he perdido, he abandonado la cancha con orgullo. He respetado siempre a mis
rivales porque sé lo jodidamente fastidioso que es perder. Nadie puede faltarme
al respecto cuando pierdo, porque si no, pierdo los estribos".
El barón Pierre de
Coubertin, un parisino que fundó los Juegos Olímpicos de la era moderna, apuntó
que “lo importante en la vida, no es el triunfo sino la lucha; lo principal no
es haber vencido, sino haber luchado”. En principio, esa debe ser la esencia
del deporte pero, como competición que es, todo participante quiere llevarse el
triunfo. No solo en el baloncesto, sino también en todas aquellas acciones en
las que tenemos que rivalizar contra otros siempre habrá un ganador y un
perdedor, y no siempre se hace con la victoria el mismo. En este sentido, un
anónimo indica que “saber perder es saber ganar la próxima vez”. No aparentando
ser demasiado complicado saber perder, el poeta argentino Jorge Luis Borges, al
que no le gustaba nada el deporte y mucho menos el fútbol, aseguraba que “la
derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce". Parece que no tenía
muy clara la concepción de la actividad física y de la competición, ya que
llegó a manifestar lindezas como las siguientes: “deporte, yo creo que habría que inventar un
juego en el que nadie ganara”, “nunca la gente dice ‘qué linda tarde pasé, qué
lindo partido vi, claro que perdió mi equipo’; no lo dice porque lo único que
interesa es el resultado final”; “la idea de que haya uno que gane y que el
otro pierda parece esencialmente desagradable, hay una idea de supremacía, de
poder, que me parece horrible”.
Por
esa misma noción de supremacía para
muchos campeones es muy complicado es saber estar en el momento del éxito sin
llegar a humillar al contrario. El que sabe ganar demuestra elegancia y
educación. El que sabe ganar muestra la
mejor actitud y respeto hacia su rival. El que sabe ganar no hace manifestaciones
que humillen al contrario deleitándose en su victoria. El que sabe ganar se
pone en el lugar del rival para reconocer y valorar el esfuerzo que ha
realizado. El que sabe ganar da una imagen de discreción, sencillez, prudencia,
modestia o humildad al finalizar los encuentros.
Cuando la victoria llega
sin elegancia, actitud, juego limpio, espíritu de camaradería, ¿sigue siéndolo?
La respuesta es afirmativa a efectos nominales, pero queda menos claro si su
valor equivale al de una victoria canónica, bien labrada, señorial, conducida
sin prepotencia y obsequiosa con los perdedores. Es por esta razón, que los
educadores y entrenadores deben recuperar y enseñar los auténticos valores de
la victoria, y conociendo el verdadero significado de la palabra RESPETO se evitará
la humillación y el ridículo del perdedor. O sea, como en la Roma Imperial, con
el pulgar hacia arriba, se debe obrar con un deditio in fidem y olvidarse del
deditio in dictionem.