Calígula, las ratas y la autoestima

Transcurría el año 12 cuando la ciudad italiana de Anzio veía nacer a Cayo Julio César Augusto Germánico. Más conocido como Calígula, llegó al gobierno en el 37, a la edad de 25 años, cuando ya era muy apreciado por la clase militar.
Tanto es así, que su apodo, Calígula, era el diminutivo de caliga, el calzado que usaban habitualmente los soldados romanos y con el que Cayo había sido presentado ante las tropas en su niñez. Tres años más tarde, en el 40, se lanza a la invasión de Britania. Con sus tropas bien pertrechadas llegó a las costas de la Galia para comenzar el ataque. Sin embargo, en lugar de dar la orden para que embarcaran en las naves que les estaban esperando y dar inicio a la campaña, si limitó a insultar a las olas del océano y a ordenar a sus soldados que recogieran las conchas que había en la arena como si de un botín de guerra se tratase. A su vuelta a Roma, proclamó su éxito y obligó al Senado a decretar una ovatio a su entrada en la ciudad. La realidad era bien distinta, a la hora de la verdad se acobardó y no tuvo arrestos para lanzarse al asalto. Por cierto, duró en el poder poco más de un año.


Viene esto a cuento por los jugadores, no pocos, que se acobardan a la hora de tomar una decisión en el campo. Normalmente están muy integrados en el grupo, tienen una actitud excelente, son grandes defensores, son capaces de dar buenas asistencias y de crear juego para sus compañeros. Su problema llega a la hora de ir a canasta: se cortan, nunca miran al aro, siempre la pasan y se esconden procurando que el balón no vuelva a sus más que temblorosas manos. Y lo peor es que se dan cuenta que todo ello no les beneficia, que juegan menos minutos de los que podrían.

En los años 70, científicos ingleses realizaron un experimento ahora retomado. Se trataba de encerrar 5 ratas a las que se sometía a pequeñas descargas eléctricas. Una de ellas disponía de una palanca que podía interrumpir todas las andanadas, no sólo las suyas. Al final del ensayo todas habían sido castigadas con la misma intensidad. A las 4 primeras se les cayó el sistema inmunológico en 3 semanas y murieron. La otra, la del interruptor, que creía que controlaba algo de la vida, duró 6 meses. Hoy se ha descubierto que las personas, y los jugadores, que están en la parte más baja de la jerarquía, que tienen la impresión de que la propia existencia o el juego les supera, tienen una esperanza de permanencia en el deporte, o en sus actividades diarias, mucho más corta que las que son decididas y emprendedoras.

Como Calígula al no atacar las islas británicas, aquellos que tienen una autoestima baja, aquellos que se presionan tanto a sí mismos que no intentan hacer puntos para su equipo, duran muy poco en el baloncesto porque el resto de cualidades son poco apreciadas. Los otros, los que atacan con desparpajo pero que hacen como que defienden, los que se la juegan siempre y nunca dan un pase en condiciones, los que nunca encuentran un compañero bien colocado, son los que a la larga triunfan.