Séneca y el aprendizaje en edad temprana

Transcurría el año 4 a.C. cuando en la ciudad de Córdoba nacía el filósofo romano Lucio Anneo Séneca. Aunque los historiadores no pueden asegurar que viniera a este mundo en la fecha señalada, ni tan siquiera si lo hizo en la ciudad andaluza, es seguro que Séneca (el joven) era hijo de un acomodado orador llamado Marco Anneo Séneca.
Este, retórico de prestigio cuya habilidad dialéctica fue muy apreciada en su tiempo, cuidó de que la educación de su hijo en Roma incluyera una sólida formación en las artes retóricas. Sin embargo, Séneca se sintió más  atraído por la filosofía, llegando a recibir enseñanzas de varios maestros que lo iniciaron en las diversas modalidades de la doctrina estoica, por entonces muy popular en Roma.


Con todos sus conocimientos, se distinguió como abogado de prestigio, al tiempo de emprender una carrera política que le llevó a ser nombrado cuestor. La enorme fama que fue adquiriendo molestó tanto a Calígula, aquel desquiciado que nombró embajador a su caballo, que estuvo a punto de condenarlo en el 39. Al subir Claudio al trono, en el año 41, fue desterrado a Córcega, acusado de adulterio con una sobrina del césar. Casi una década después fue llamado de nuevo a Roma como tutor de Nerón y, cuando éste sucedió a Claudio en el 54, se convirtió en uno de sus principales consejeros, cargo que conservó hasta que en el 62, viendo que su poder disminuía, se retiró de la vida pública. En el año 65 fue acusado de participar en una conspiración que intentaba deponer de su trono al propio Nerón. Enterado el emperador ordenó a Séneca suicidarse, decisión que adoptó de acuerdo con su propia filosofía como liberación final de los sufrimientos de este mundo.

En el año 42, durante su exilio en Córcega, escribió un carta a su madre Elvia en la que expresaba sus puntos de vista sobre la mejor manera de vivir nuestra existencia. Así, en un momento determinado Séneca afirmaba que “arraigan con más profundidad las enseñanzas que se han recibido a edades tempranas”.

Pese a que la aseveración del filósofo dificilmente hubiera podido ser más acertada, parece que la mayoría de los técnicos del baloncesto navarro no la conocen. Además, aunque el propio Séneca siempre fue partidario de continuar aprendiendo a lo largo de toda la vida, no podía pasar por alto el hecho indiscutible de que los mejores años para el aprendizaje son los primeros de la vida ya que durante los mismos, la fuerza de la edad temprana, la frescura de la mente y el vigor de la memoria resultan casi incomparables. Sin embargo en Navarra poco se asimila en las categorías menores, minibasket e infantil. Muchos de nuestros jugadores tienen una mala mecánica de tiro, pocos botan o pasan bien, y menos aún utilizan las dos manos para ejecutar cualquier fundamento.

Michael Jordan, en su magnífico libro titulado “Mi filosofía del triunfo” señala con rotundidad que “en realidad, los cimientos, las piedras o principios básicos, permiten que todo funcione. (…) Cuando usted logra comprender el uso de los ladrillos, comienza a comprender cómo funciona todo el proceso de construcción”. ¿Porqué no lo aplicamos al baloncesto? Pongamos los cimientos antes de pensar en grandes edificios, enseñemos a los jugadores a botar y pasar antes que grandes sistemas de ataque, obliguemosles a dominar la posición básica defensiva antes de preparar una presión en todo el campo… Es posible que de esta manera conseguiríamos tener algo más que un puñado de jugadores en Liga Femenina o en ACB. O incluso mejor, tal vez podríamos conseguir llegar a estas categorías con un equipo de la comunidad.