Desear el equipo del compañero

Transcurría el año 507 cuando Alarico II fue vencido y muerto a manos de los francos en la batalla de Vouillé. Con su derrota terminó el llamado reino visigodo de Tolosa y se inició el asentamiento masivo y definitivo de los godos en España.
Alarico, Ataúlfo, Sigerico, Valia… y así hasta completar la interminable lista de 33 reyes godos que todo escolar que se preciase estudioso y aplicado debía aprender hasta hace muy poco tiempo en el colegio. Recitarlos de corrido ante las visitas llenaba de orgullo a los papás del niño que era capaz de hacerlo, memorizando nombres que no tenían nada de sencillos.


Pocos reyes godos murieron de muerte natural y muchos de sus reinados son tan apasionantes como terribles. En la dinastía goda la sucesión no era hereditaria, sino que el monarca era elegido entre la nobleza, algo que desarrolló en ellos una pasión desmedida por el asesinato para deshacerse del mandatario o del sucesor designado. Cometían verdaderos desmanes para acceder a un poder para el que no habían sido legitimados. Hasta el año 711, en el que Rodrigo, último rey godo es derrotado y finiquitado por los musulmanes que consiguen entrar en la península, están documentadas una enormidad de atrocidades. Así, Sigerico liquidó a Ataúlfo y a sus seis hijos, Turismondo murió a manos de su hermano Teodorico II que a su vez fue vengado por Eurico, a Teudiselo lo mandaron al otro mundo sus favoritos, el feroz Atanagildo finiquitó a Agila, Liuva II fue eliminado por Viterico y este por los seguidores de Gundemaro, Sisenando retiró de la circulación a Suintila…

Viene esto a cuento por el interés desmedido en ocupar el puesto de un compañero de algunos entrenadores. Se dirigen a su Junta Directiva, o al coordinador del Club, o a la persona a la que piensan que pueden presionar con más facilidad con obligaciones del tipo de ‘o me das el equipo de Juan o dejo el club’. Resulta que el tal Juan lleva unos cuantos años trabajando con el grupo del deseo con excelentes resultados, por lo que algunos, probablemente descendientes de los reyes godos, quieren retirar a Juan y aprovecharse de su buen hacer. Cuando el mandatario es inteligente y honrado, Juan sigue en el puesto, pero si es el amigote del reclamante, Juan reanudará su carrera en otro sitio o dejará el baloncesto, como acostumbra a suceder.

En el deporte, la competitividad insana está a la orden del día, aunque a diario destilemos una sonrisa simulada hacia el entrenador compañero. Entrenamiento a entrenamiento, partido a partido, temporada a temporada deberíamos correr infatigablemente pretendiendo el progreso de nuestros jugadores. Sin embargo, la carrera real se produce para atesorar prestigio, para acumular privilegios, para destacar por encima de la media. Todo ello, además, haciendo lo menos posible y usurpando el trabajo de otros.

Para ser un entrenador que supere el listón de la normalidad llegando a los equipos de campañillas, hay luchar ¡y mucho!, no por uno mismo, sino por los deportistas. Esta disputa es compleja pues no basta con actuar como los reyes godos, llegando al pabellón con un garrote y aplacar al oponente. Son necesarias otras formas. No es lo mismo ganar de ida que ganar de vuelta, no es lo mismo ganar de cara que de espaldas.