Me quedo con las chicas (Verano de 2010)

Terceras y sextos. Doble de buen resultado para la selección española femenina o doble de malo para la masculina. ¿Casualidad?
Por supuesto que no. Las chicas han dado toda una lección, demostrando que cuando hay compromiso sobra todo lo demás. Así, compromiso puede ser que ninguna de las jugadoras, varias pasan los treinta años, deje de jugar con la selección, cuando un tal Pau Gasol ya lo ha hecho dos veces. Compromiso es jugar la final de WNBA e incorporarse al grupo para entrenar cuatro días y brillar en todo el campeonato. Compromiso es oír con la cabeza bien alta el himno nacional antes de los partidos, al contrario de los “señores” Ricky Rubio y Marc Gasol que miran al suelo cuando suena manifestando que les molesta escucharlo y que, tal vez por su poca implicación o compromiso, han rendido en el mundial muy por debajo de lo que de ellos se esperaba. Compromiso es estar recuperándose de una lesión que ha impedido correr a Amaya Valdemoros, con sus treinta y cuatro años, de mayo a julio completos para mes y medio después echarse el equipo a la espalda ganando la medalla de bronce.


La selección femenina ha demostrado que el baloncesto sigue siendo un deporte emocionante, pasional, bello, ardoroso, guerrero… y también inteligente. Inteligente, y mucho, es lo que ha sido su entrenador, José Ignacio Hernández. Ha conseguido dar toda la importancia a las jugadoras, no ha vuelto loco al equipo con cientos de cambios que sirven para poco, ha utilizado las deportistas precisas en cada momento, no ha creído en las famosas rotaciones que llevan a tener en pista a lo que ahora se llama de forma muy pedante la segunda unidad o a llevar al banquillo a la que consigue tres o cuatro canastas seguidas, ha premiado la creatividad de las chicas, no las ha sentado al primer fallo… Muchos deberíamos aprender de la dirección de José Ignacio Hernández; en Navarra también.