La mer, el mar

Transcurría el año 1905 cuando el compositor francés Claude Debussy terminaba en la localidad de Dieppe su tríptico sinfónico llamado La Mer (El Mar). En su estreno el 15 de octubre, el público estaba absolutamente dividido.
Unos pocos aplaudían estruendosamente, aunque las crónicas de la época cuentan que eran los propios amigos del compositor. Mientras, otros, una gran mayoría, silbaban con no menos entusiasmo. En un instante de calma, una voz desde la galería, exclamó: "J'ai le mal du mer" (tengo el mal del mar, o sea: estoy mareado), que provocó un huracán de carcajadas. Pese a que en la obra Debussy supo como nunca captar la poesía de los instantes fugaces con el tema del agua y sus constantes fluctuaciones, algo salió mal y varios músicos de la orquesta debieron desafinar.


Viene esto a cuento por la metodología que estamos empleando para entrenar a los equipos de base. Cuando un entrenador joven recibe un grupo de jugadores lo que generalmente hace es dedicarse a ordenarlos en el campo. Sin embargo olvida que todavía no conocen los fundamentos del baloncesto: no saben driblar, pasar, tirar, etc. Crea una orquesta que desafina porque los músicos no dominan sus instrumentos.

En Navarra, tenemos jugadores, y especialmente jugadoras, con talento y físicos apropiados: altas, coordinadas, rápidas, en definitiva, con cualidades muy adecuadas para jugar a baloncesto. Pero es sólo eso. Ninguno o ninguna aspiran a solistas y hacer grandes cosas individualmente. Desde muy jóvenes los y las convertimos en miembros de una orquesta que suena mejor que la del estreno de El Mar. Pero sus habilidades individuales son mínimas, poco cultivadas, algo que no les permite llegar a las categorías nacionales con los conocimientos necesarios para ser decisivos. Todo ello nos hace pensar que la metodología de enseñanza en la base del baloncesto navarro es definitivamente mala con los más jóvenes, de lo contrario los resultados serían mejores. No se trabaja la técnica individual.

Michael Jordan, en su libro titulado “Mi Filosofía del Triunfo”, manifiesta que “en el instante mismo que uno se aleja de lo básico, los cimientos se debilitan hasta derrumbar toda la estructura”. Para él, todo se resume en una sentencia muy sencilla: “existen buenas y malas maneras de hacer las cosas. Un jugador puede practicar el tiro ocho horas diarias, pero si la técnica es errónea, sólo se convertirá en un individuo que es bueno para tirar mal. Debe volver a lo básico para elevar el nivel de todo lo que haga”.

Esperemos que en un futuro no muy lejano, los espectadores de los partidos de baloncesto de nuestra comunidad no sufran el mal del mar. Será porque esas orquestas que son los equipos de baloncesto dispondrán de unos grandes intérpretes, unos jugadores muy buenos técnicamente.