Miles Gloriosus, el Soldado Fanfarrón

Transcurría el año 254 a.C. cuando la ciudad de Sársina, en la Umbría italiana, veía nacer a Tito Maccio Plauto. Se cuenta que en su juventud se trasladó a Roma para convertirse en soldado, primero, y comerciante después.
Tras arruinarse, se convirtió en molinero al tiempo que empezaba a escribir. Como comediógrafo, Plauto se apoderó de la escena, ya que sus personajes eran burlones e ingeniosos. Con ellos, patricios y plebeyos tenían la oportunidad de desternillarse de risa. Entre los individuos brotados de la inventiva de Plauto destacó uno al que dio el nombre de Pirgopolinices.


Pirgopolinices era el protagonista de una comedia cuyo título era Miles Gloriosus, que se puede traducir como "el soldado Fanfarrón". En ella, el personaje aparecía como un cobarde que temía a la lucha, como un embustero que magnificaba sus hazañas sin haber realizado ninguna y como un vanidoso que gustaba de llevar cerca de sí a un esclavo encargado de ir cantando al pueblo sus ocurrencias. Para los romanos, que sabían lo que era combatir ferozmente y que conocían el valor de las palabras, el Pirgopolinices de Plauto era un ser ridículo que en la escena provocaba enormes carcajadas.

Viene esto a cuento porque en nuestro baloncesto empiezan a proliferar una serie de figuras que se autodenominan técnicos que, de la misma manera que Pirgopolinices, viven de contar sus batallitas en lugar de su buen hacer en las pistas. Comienzan por referirse a su inmaculado currículum. Siguen comentando los clinics que han impartido y a los campus que han acudido Dios sabe donde. También nos informan de los grandísimos jugadores que han entrenado para, después, restregarnos sus contactos con un conocido entrenador de ACB al que nombran por su nombre en lugar de su apellido y con el que, al parecer, hablan cada semana. El momento culminante de la comedia titulada el entrenador fanfarrón, que perfectamente pudo ser escrita por Plauto, se produce cuando nos revelan que tienen el trasero ‘pelao’ de tanto estar en los banquillos.

Curiosamente, todos estos hitos de su carrera que producen las erupciones tan molestas de las que hacen gala (tiene que ser realmente incómodo sentarse en el banco con las posaderas desprotegidas), tienen lugar a muchos kilómetros de distancia de nuestra comunidad. De esta forma no hay posibilidad de comprobar la veracidad de las mismas. Y es que más interesante sería para el baloncesto que todo el tiempo que dedican a inventar cuentos, toda la enorme creatividad que demuestran, los dedicaran a trabajar para la mejora de nuestros jugadores, que falta hace.