Horacio y los Comités Disciplinarios

Transcurría el mes de diciembre del año 65 a.C. cuando la ciudad de Venusia, actual Venosa Apulia, en la Umbría italiana, veía nacer a Quinto Horacio Flaco.
Mas conocido por Horacio, era un hijo de un liberto, un esclavo al que se había concedido la libertad. Tras estudiar en Roma y en Atenas filosofía griega y poesía, fue nombrado tribuno militar por uno de los asesinos de Julio César en los idus de marzo del 44 a.C. llamado Marco Junio Bruto. Junto a este luchó en la batalla de Filipos en lado del ejército republicano, cayendo derrotado por Marco Antonio y Octavio. Gracias a una amnistía general volvió a Roma, donde se dedicó a escribir sátiras, poesías, odas y epístolas. Cuando el gran poeta Virgilio conoció sus obras, le presentó al estadista Cayo Mecenas, un patrocinador de las artes y amigo de Octavio, que le introdujo en los círculos literarios y políticos de la capital del imperio.


Hacia el año 20 a.C. Horacio publicó su Libro I de Epístolas, veinte cartas cortas escritas en verso en las que expone su visión sobre la sociedad romana en la que vivía, abogando siempre por la moderación, incluso al referirse a la virtud. En una de ellas recogía su dolor ante el deterioro de la sociedad que le rodeaba señalando que “los delitos pequeños son castigados, pero los grandes son llevados hasta el triunfo”. La afirmación resultaba escalofriante en su enorme sencillez. Una de las pruebas del enorme desplome moral y político que estaba sufriendo Roma se detectaba con toda claridad en el hecho de que las infracciones de escasa relevancia podían llegar a penarse, pero las mas dañinas no sólo no recibían condena, sino que incluso se veían transformadas en victorias.

El abandono que la Federación Navarra de Baloncesto manifiesta hacia alguna de las competiciones que organiza, hace que se hayan transformado en verdaderas guaridas de cuatreros, donde el que más trampea más gana, y el más honrado se convierte en el tonto de capirote, aquel que según decía Miguel de Unamuno en 1923 era un “tonto de alquiler y casi oficial”. Y es que el capirote era un distintivo que llevaban los necios e incapaces para que el resto pudiera hacer burla o escarnio de ellos. Porque necio parece que hay que ser, y mucho, para no hacer de un arbitraje una jugada propia de Lázaro González Pérez, aquel pícaro de Tormes que bien conocía que sus maldades, por grandes que fueran, nunca serían severamente castigadas.

He aquí un par de ejemplos. El primero, la nimiedad de llamar “protagonista” a un árbitro supone que el Comité de Competición de la Federación Navarra de Baloncesto imponga una sanción de dos encuentros. Algo que para el colegiado debería ser un halago, incluso un piropo, es duramente castigado. Sin embargo, que un jugador patee a un contrario en un tiempo muerto, cual futbolero de pro, o que el mismo personaje se acuerde a voz en grito de la catadura moral madre del entrenador adversario queda impune. ¿Estamos en la Roma de Horacio o en la Navarra de Agustín Alonso?

Lo peor de todo es que a todo este grupo de tramposos se les llena la boca al hablar de los valores que transmiten a través del deporte, de que no hay que ganar a cualquier precio, de lo bien que educan a sus jugadores, de lo mucho que hacen por el baloncesto… ¡Bla, bla, bla! En fin, que ya lo dice el sabio refranero popular, que “obras y palabras, lo uno es mucho y lo otro nada”.